¡MENOS MAL!
Llevo mucho tiempo sintiendo
mi cuerpo como un cubito de caldo concentrado, mi mente como una olla a presión
siempre a punto de explotar, una olla a la que hubieran cegado la válvula de
seguridad. Pero ya no.
Antes tuve una vida, vivía tranquilo
y sin miedos pero eso se acabó hace ya mucho tiempo. De tener derechos a no
tener ninguno. Siempre amenazado con el despido y cargando con mi edad como una
losa pesada. Cada vez más horas de trabajo, más responsabilidad y menos dinero.
Con los años he llegado a cobrar un cuarto de lo que cobraba y de forma
irregular; he tenido que ir vendiendo casi todo lo que tenía valor.
Lo he visto aparecer cada
día, bajando de su Porsche Cayenne negro. Sus buenos días consistían en
“jalearnos” y “animarnos” a ser mejores trabajadores, a rendir más. “no soy una
puta ONG” y “yo no mantengo a vagos” eran sus frases estrella, las he escuchado
una y otra vez.
18 años viendo su cara;
nunca me había dado cuenta de la maldad y el desprecio de su media sonrisa,
hasta ayer, probablemente, porque siempre he evitado mirar su cara.
En cuanto llegó me mandó
llamar a su despacho; un chico de unos treinta años de ojos espantados, estaba
sentado en un extremo de la sala.
No me dedicó mucho tiempo,
me dijo que en su empresa ya no era un buen sitio para mí, que seguro que
tendría buenas oportunidades en otro lugar con mi experiencia y mi edad. Sentí,
aspiré la crueldad como nunca en mi vida lo había hecho; su mirada burlona
brilló. El chico respiraba entrecortadamente. Me quedé allí de pié, en
silencio, mientras mi jefe me decía que podía quedarme, si quería, unas semana
más para enseñar a mi sustituto y que, por supuesto, eso me lo pagaría aparte.
Algo pesado y oscuro empezó
a manifestarse en mi interior, algo desconocido para mí.
-
Bueno, ¿no dices nada? –preguntó levantándose de su sillón de piel.
Sin mediar palabra me di
media vuelta y me alejé de ese lugar. En mi retirada escuché que decía algo
sobre el desagradecimiento y la falta de respeto.
Al día siguiente, después de
una noche casi en blanco, amanecí con una extraña sensación, una especie de
relajación envolvió mi cuerpo. Sentí que la olla exprés ya soltaba gas; no
habría explosión, al menos para mí.
Antes de salir de casa
repasé mentalmente los detalles de lo que sería mi mañana de trabajo.
Cuando tenía tiempo y una
vida que vivir fui cazador. Mataba conejos en el monte por tradición familiar.
No me gusta el conejo pero siempre me he comido los que he matado por una
especie de mala conciencia. Dejé de cazar hace mucho.
Conduje con cuidado hasta
llegar a mi destino, aparqué delante de mi empresa, bajé del coche y entré en
el bar donde tomaba café, saludé a todos como cada día. Felipe el dueño se
extrañó de que comprara una cajetilla de tabaco. Volví al coche y me fumé un
cigarrillo, hacía veinte años que lo había dejado.
Cuando lo vi llegar, bajar
de su coche, me sentí poderoso, como un Dios que está a punto de bajar del
Olimpo y hacer su voluntad.
Abrí la funda de la
guitarra;¡ joder lo que se aprende en la televisión!. Saqué cuidadosamente la
escopeta repetidora, acaricié la culata y sentí la frialdad del cañón. Me tomé
mi tiempo; hay cosas en la vida que hay que hacer lenta y conscientemente.
Comprobé los cartuchos de postas y salí del coche. De algo estaba convencido:
no habría sonrisas burlonas esta mañana. Como si tuviera un campo de fuerza a
mi alrededor todos se apartaban a verme llegar. Ni una palabra, todos
petrificados menos yo.
Como los cornudos fue el
último en enterase de lo que se cocía. Hablaba con mi sustituto y me daba la
espalda, se dio la vuelta al percatarse de la cara de terror del chico que me
miraba despavorido. La escena se congeló, el silencio y la inmovilidad me dejaron
una sensación de extrañeza. Sus ojos, su cara, algo que murmuraba. Merecería la
pena condenarse, que me condenaran mil veces por vivir ese momento, la
oscuridad se manifestó en ese instante. Recuerdo que un fugaz pensamiento
atravesó mi mente, acompañándolo una sensación de alivio.
-
¡Menos mal que no vendí la escopeta!
Creo que fue el último
pensamiento antes de descerrajarle dos cartuchazos.
Sed felices o, al meno, intentadlo...
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